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omo dice Menéndez Pidal "la base del idioma
es el latín vulgar, propagado en España desde fines del siglo
III a.C., que se impuso a las lenguas ibéricas" y al vasco, caso
de no ser una de ellas. De este substrato ibérico procede una serie
de elementos léxicos autónomos conservados hasta nuestros
días y que en algunos casos el latín asimiló, como:
cervesia > cerveza, braca > braga, camisia > camisa, lancea > lanza.
Otros autores atribuyen a la entonación ibérica
la peculiar manera de entonar y emitir el latín tardío en
el norte peninsular, que sería el origen de una serie de cambios
en las fronteras silábicas y en la evolución peculiar del
sistema consonántico.
Otro elemento conformador del léxico en el español
es el griego, puesto que en las costas mediterráneas hubo una importante
colonización griega desde el siglo VII a.C.; como, por otro lado,
esta lengua también influyó en el latín, voces helénicas
han entrado en el español en diferentes momentos históricos.
Por ejemplo, los términos huérfano, escuela, cuerda, gobernar,
colpar y golpar (verbos antiguos origen del moderno golpear), púrpura
(que en castellano antiguo fue pórpola y polba) proceden de épocas
muy antiguas, así como los topónimos Denia, Calpe. A partir
del Renacimiento siempre que se ha necesitado producir términos
nuevos en español se ha empleado el inventario de las raíces
griegas para crear palabras, como, por ejemplo, telemática, de reciente
creación, o helicóptero. Entre los siglos III y VI entraron
los germanismos y su grueso lo hizo a través del latín por
su contacto con los pueblos bárbaros muy romanizados entre los siglos
III y V.
Forman parte de este cuerpo léxico guerra, heraldo,
robar, ganar, guiar, guisa (compárese con la raíz germánica
de wais y way), guarecer y burgo, que significaba 'castillo' y después
pasó a ser sinónimo de 'ciudad', tan presente en los topónimos
europeos como en las tierras de Castilla, lo que explica Edimburgo, Estrasburgo
y Rotemburgo junto a Burgos, Burguillo, Burguete, o burgués y burguesía,
términos que entraron en la lengua tardíamente. Hay además
numerosos patronímicos y sus apellidos correspondientes de origen
germánico: Ramiro, Ramírez, Rosendo, Gonzalo, Bermudo, Elvira,
Alfonso. Poseían una declinación especial para los nombres
de varón en -a, -anis, o -an, de donde surgen Favila, Froilán,
Fernán, e incluso sacristán. Junto a estos elementos lingüísticos
también hay que tener en cuenta al vasco, idioma cuyo origen se
desconoce, aunque hay varias teorías al respecto.
Algunos de sus hábitos articulatorios y ciertas
particularidades gramaticales ejercieron poderosa influencia en la conformación
del castellano por dos motivos: el condado de Castilla se fundó
en un territorio de influencia vasca, entre Cantabria y el norte de León;
junto a eso, las tierras que los castellanos iban ganando a los árabes
se repoblaban con vascos, que, lógicamente, llevaron sus hábitos
lingüísticos y, además, ocuparon puestos preeminentes
en la corte castellana hasta el siglo XIV. Del substrato vasco proceden
dos fenómenos fonéticos que serán característicos
del castellano.
La introducción del sufijo -rro, presente en los
vocablos carro, cerro, cazurro, guijarro, pizarra, llevaba consigo un fonema
extravagante y ajeno al latín y a todas las lenguas románicas,
que es, sin embargo, uno de los rasgos definidores del sistema fonético
español; se trata del fonema ápico-alveolar vibrante múltiple
de la (r). La otra herencia del vasco consiste en que ante la imposibilidad
de pronunciar una f en posición inicial, las palabras latinas que
empezaban por ese fonema lo sustituyeron en épocas tempranas por
una aspiración, representada por una h en la escritura, que con
el tiempo se perdió: así del latín farina > harina
en castellano, pero farina en catalán, italiano y provenzal, fariña
en gallego, farinha en portugués, farine en francés y faina
en rumano; en vasco es irin. La lengua árabe fue decisiva en la
configuración de las lenguas de España, y el español
es una de ellas, pues en la península se asienta durante ocho siglos
la dominación de este pueblo. Durante tan larga estancia hubo muchos
momentos de convivencia y entendimiento. Los cristianos comprendieron muy
pronto que los conquistadores no sólo eran superiores desde el punto
de vista militar, sino también en cultura y refinamiento. De su
organización social y política se aceptaron la función
y la denominación de atalayas, alcaldes, robdas o rondas, alguaciles,
almonedas, almacenes.
Aprendieron a contar y medir con ceros, quilates, quintales,
fanegas y arrobas; aprendieron de sus alfayates (hoy sastres), alfareros,
albañiles que construían zaguanes, alcantarillas o azoteas
y cultivaron albaricoques, acelgas o algarrobas que cuidaban y regaban
por medio de acequias, aljibes, albuferas, norias y azadones. Influyeron
en la pronunciación de la s- inicial latina en j- como en jabón
del latín 'saponem'. Añadieron el sufijo -í en la
formación de los adjetivos y nombres como jabalí, marroquí,
magrebí, alfonsí o carmesí. Se arabizaron numerosos
topónimos como por ejemplo Zaragoza de "Caesara(u)gusta", o Baza
de "Basti". No podría entenderse correctamente la evolución
de la lengua y la cultura de la península sin conceder al árabe
y su influencia el lugar que le corresponde.
Fuente : http://www.elcastellano.org